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ZACATECAS, ZAC.- Hace 2 años de que se esfumó el rastro de un hombre que dedicó su vida a dar respuestas donde solo había silencio y que ayudó a madres buscadoras en Zacatecas: Juan Carlos Tercero Aley, antropólogo forense, maestro, pionero, amigo.
El 6 de abril de 2023 fue la última vez que su voz fue escuchada, la última vez que contestó un mensaje.
Y desde entonces lo que queda es un hueco hondo, una herida abierta y una pregunta que duele: ¿dónde está el hombre que siempre supo encontrar?
Porque Juan Carlos no era un nombre más.
Fue un referente nacional en la búsqueda e identificación de personas desaparecidas.
Trabajó con colectivos, con instituciones, con familias rotas que llegaban a él con la esperanza por los suelos.
Y él, con paciencia, con respeto, con ciencia y corazón, las acompañaba.
Les ayudaba a encontrar a sus seres queridos, muchas veces en fosas clandestinas, en condiciones inhumanas, para poder decirles: «Aquí está. Ya puedes llevarlo a casa».
Pero hoy es a él a quien buscan.
El que sabía leer la tierra
Juan Carlos era especialista en antropología forense.
Egresado de la Escuela Nacional de Antropología e Historia (ENAH), con décadas de experiencia en identificación humana, criminalística subacuática, balística, y formación de peritos.
Enseñaba, investigaba, y lo más importante: ayudaba.
Su trayectoria incluyó trabajos en Zacatecas, Colima, Morelos, la Ciudad de México y, finalmente, Nayarit, donde fue visto por última vez.
Desde hacía meses trabajaba con la Comisión Estatal de Atención Integral a Víctimas.
Estaba inmerso, como siempre, en el trabajo de campo, en el análisis de restos, en el acompañamiento de quienes lo han perdido todo.
Su vida era eso: ayudar a reconstruir la verdad y dar nombre a los olvidados.
El 6 de abril de 2023 dejó de responder llamadas.
No fue extraño al principio.
La cobertura en zonas de trabajo suele ser limitada.
Pero pasaron los días y el silencio se volvió insoportable.
La burocracia que no busca
La ficha de búsqueda fue emitida hasta el 12 de abril.
La Comisión Estatal de Búsqueda de Nayarit inició las labores hasta el día 15.
Para entonces, su familia ya había tocado puertas, salido a la calle con fotografías, presionado a las autoridades, como lo hacen miles de familias en este país que se ven obligadas a buscar por su cuenta.
Pese a que organismos como la Organización de las Naciones Unidas (ONU) han solicitado a la Fiscalía de Nayarit avances en la investigación, la respuesta ha sido tibia, lenta, incluso indolente.
«Estamos hablando de alguien que sabía exactamente qué hacer cuando una persona desaparece», reclama su esposa, María Antonieta Castañeda, también experta forense.
«No desapareció por gusto. A Juan Carlos lo desaparecieron. Y nosotros no tenemos acceso ni a la carpeta de investigación. Estamos en la oscuridad total».
La desaparición de Juan Carlos ha estremecido al gremio forense.
Colegas suyos, colectivos de búsqueda, organizaciones internacionales como el Colegio Profesional de Antropólogos del Perú y el Consejo Mundial de Asociaciones de Antropología, han levantado la voz.
Porque no es solo su desaparición: es lo que representa.
Si alguien con su preparación, su reconocimiento nacional e internacional, su red de contactos, puede desaparecer sin dejar rastro y sin una investigación seria detrás, ¿qué se puede esperar para los demás?
Hoy lo buscan a él
A Juan Carlos lo recuerdan por su mirada tranquila, su voz firme, sus clases llenas de pasión, sus manos seguras al momento de exhumar restos con el máximo respeto.
Era humano en el sentido más profundo.
Capaz de acercarse al dolor sin miedo, sin frialdad, sin distancia.
Capaz de decirle a una madre: «Aquí está tu hijo», con una ternura que nacía del conocimiento y de la empatía.
Y hoy, esa voz, esa mirada, ese saber… también hacen falta.
Lo buscan con la misma esperanza que él entregó a otros.
Porque las personas no desaparecen por gusto.
Desaparecen en un sistema que no protege, que no investiga, que no cuida ni a los que se dedican a cuidar.
Hoy, a 2 años de su desaparición, no hay un solo detenido.
No hay una hipótesis firme.
Solo hay vacío.
Solo hay dolor.
Pero también hay memoria.
Y mientras alguien recuerde a Juan Carlos, lo mencione, lo nombre, lo siga buscando, él no se ha ido del todo.
